martes, 27 de julio de 2010

Rosalía se levantó de la cama (V)

Se acercaba el tiempo de Carnaval. Y Rosalía, con esos aires de libertad que ahora respiraba, empezó a darle vueltas a una idea que nunca se le habría ocurrido antes. Es curioso, pensaba, cómo le vienen a una las ideas a la cabeza. Parece que somos dueños de ella, que pensamos lo que queremos o porque somos lo que somos. Pero unas cosas se nos ocurren en determinadas ocasiones y otras jamás saldrían a la luz. Y la única explicación que se me ocurre es la diferente situación personal en la que podemos encontrarnos.

Se daba cuenta perfectamente de que en su vida anterior con Fermín jamás se le hubiera ocurrido disfrazarse por Carnaval. Ni siquiera con el disfraz más tópico e insignificante. Pero ahora le apetecía hacerlo. Y con un disfraz que revelaría una vocación que nunca se le había ocurrido revelar a sus padres. Una vez, animada por el vino en una cena con un grupo de amigos, lo había contado habiéndole llegado el turno de respuesta a la pregunta de qué habrías querido ser si no fueras lo que eres. Cuando ella reveló su frustrada vocación estallaron las risas. Pero Fermín la reprendió de una forma inusitada cuando volvieron a casa. Después, cuando volvieron a reunirse con los amigos, comentó en varias ocasiones lo que alteraba el vino a su mujer para llegar a decir las cosas que decía, que nada más lejos de lo que en realidad sentía Rosalía, etc.

Por eso sonrió cuando le vino a la mente dar realidad a esa idea que antes no se le habría ocurrido. Habló con Ángel. Escuchó muy sorprendido pero no llegó a parecer contrariado. Estuvo un tiempo callado mirándola y finalmente asintió, algo divertido. La tarde del día elegido para disfrazarse estaba la confitería a rebosar. Había calculado la hora en que estaría más concurrida. Unos días antes había hecho algunas compras y, fuera del horario de su trabajo, había hecho unos pequeños arreglos en un ángulo del salón de la confitería. Finalmente, con el salón lleno a la hora elegida, se acercó sigilosamente a la puerta del establecimiento, la cerró con llave y puso el cartel de cerrado. Después se dirigió al pequeño cuarto en el que se cambiaba al llegar a su trabajo. Allí se encontraban también los commutadores de la iluminación y el reproductor de la música que podía oírse en los altavoces de la confitería.

Come on babe
Why don’t we paint the town
And all that jazz...
I’m gonna rouge my knees
And roll my stockings down
And all that jazz...


El numeroso público que llenaba el establecimiento guardó un inmediato silencio al empezar a oírse la música, pero sobre todo con la sorprendente aparición de Rosalía. Llevaba un vestido de lentejuelas de escote pronunciado y muy corto, que apenas sobrepasaba las nalgas, y medias de malla negra con zapatos de tacón alto. Se había maquillado mucho resaltando sus ojos, lucía coloretes en los pómulos y sus labios muy rojos parecían proyectar una boca inmensa que abría, simulando con la perfección lograda tras varios ensayos, cantar la letra de la canción que sonaba.

Start the car
I know a whoopty spot
Where the gin is cold
But the piano’s hot
It’s just a noisy hall
Where there’s a nightly brawl
And all...that...jazz


Rosalía se movía por el minúsculo escenario con una soltura y una facilidad admirables, haciendo sencillos pasos de baile al compás de la música. Sonó otra canción nada más terminar la anterior y cuando acabó ésta Rosalía dio por terminada su actuación. El público de la confitería, sorprendido por la brillante representación pese a lo exiguo de los medios y al decorado, prorrumpió en un larguísimo aplauso que Rosalía aumentaba aún más con sus sucesivas entradas y salidas del cuarto de cambiarse.

Rosalía habría querido ser cabaretera. Le gustaba ese mundo de luces y música vibrante del escenario, le gustaban las canciones de ritmos animados y pegadizos, con letras de doble sentido que escandalizaban y desafiaban a ese mundo dominante de los hombres. Sólo eso le gustaba y no cualquier otra interpretación del oficio, aunque para ello hubiera que mostrar las piernas y llamar la atención con su cuerpo. Las piernas, la única parte de su anatomía con la que no estaba conforme, con muslos demasiado gruesos y rodillas anchas. De no ser por ellas...

Finalmente se encendieron las luces y todo volvió a la normalidad. La inesperada cabaretera reapareció con su bata cruzada de siempre y el público la siguió con otra ovación hasta el mostrador. Ángel la felicitó desde la pequeña ventana del obrador, a donde ya había vuelto tras presenciar su actuación. Rosalía volvió a abrir la puerta de la confitería y todo volvió a ser como siempre.

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