lunes, 20 de diciembre de 2010

Sobre las ofensas

Cuando nos insultan o nos mienten acerca de nuestra conducta tendemos instintivamente a reaccionar respondiendo del mismo modo. Solemos insultar a nuestra vez o tendemos a devolver la ofensa ofendiendo también nosotros. Esta parece ser la conducta más general. Este modo de reaccionar consiste básicamente en imitar, reproducir la conducta del ofensor. Y esto, si lo pensamos bien, resulta absurdo: yo no tengo por qué ponerme en el papel de otro, haga lo que haga el otro. Y mucho menos imitar a otro cuando rompe una regla, la del respeto a los demás.

Es cierto que cuando nos insultan o nos ofenden sentimos daño y a continuación enfado o cólera. Pero esta es una reacción emocional que debería ser suprimida. ¿Por qué razón tendría que dolerme a mí algo que me parece falso o que no se corresponde a mi conducta? Ese dolor podría tener justificación si ese insulto u ofensa procediera de una persona a la que nos sentimos ligados por cariño, amistad o amor. Pero si procede de un desconocido, ¿por qué valoramos tal insulto u ofensa si esas palabras y su autor nada tienen que ver con nosotros?

Lo más que deberíamos hacer sería señalar ese insulto o esa ofensa como una falta a la convivencia, como un incumplimiento de la ley del respeto hacia uno mismo y hacia los demás. Así lo interpretaban los antiguos cínicos cuando escribían en su propia frente el nombre del agresor. La ofensa pertenece al que ofende, el hecho es suyo, al ofendido no le incumbe, y el ofensor debe reconocerlo y pagar por ello.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Adula, que algo queda

Lástima que cuanto más sinceras, más secretas se vuelvan las opiniones. Y a veces se ocultan para aparentar que se piensa lo contrario. Parece que en la red han caído miles de documentos secretos que tienen que ver con las relaciones entre estados, políticos y gente poderosa. Se dicen cosas que desmienten lo que leemos y oímos en los medios de comunicación. Detrás de los abrazos, las caras sonrientes, las buenas palabras, las promesas, está el puñal de la indiferencia o el desprecio. Como entre las personas así entre los estados y los poderosos. Qué larga historia tiene la adulación y la apariencia.