Rosalía se sintió satisfecha tras el mostrador. Acababa de abrir la confitería al público y aún no había llegado ningún cliente. Repasó lo que había sido el último año de su vida. El imbécil y ella no habían tenido hijos. Al principio de su matrimonio Rosalía pensaba que se habían casado por amor. Así había sido en lo que respecta a ella, lo creía sinceramente.
Después se dio cuenta de que Fermín estaba enamorado de su posesión, no de ella. Rosalía había sido educada aún en la costumbre de considerar que la mujer sóla no puede valerse por sí misma a lo largo de la vida. Que su vida estaría incompleta sin hijos y que para ello tandría que casarse y depender de un hombre. No es que sus padres hubieran sido muy tradicionales, pero las pautas más o menos conscientes de su propia educación le habían sido transmitidas a la hija como sin quererlo.
Y así entró en su vida Fermín, ya desde su adolescencia en el instituto. Era unos años mayor que ella, alto, guapo, muy risueño y hablador. Rosalía pensaba que había elegido bien, viendo el interés y envidia que suscitaba entre las amigas su elección. Y casi sin pensarlo pasaron años de noviazgo, mientras ella acababa sus estudios previos a una carrera superior. Y cuando Fermín volvió de la universidad, ella ya no tuvo opción de entrar en ella. Le propuso que se casaran para poder desplazarse juntos por las diversas ciudades en las que Fermín debía asentarse y trabajar. Rosalía hubiera querido ser maestra, tenía vocación y dotes, pensaba. Pero se dejó aconsejar por una madre débil y un padre que veía con alivio el casamiento de una de sus hijas. Además todo el mundo consideraba que aquella era una pareja ideal con un futuro prometedor de prosperidad e hijos. Y Rosalía se sentía enamorada. Su noviazgo había hecho que quisiera a un hombre alegre, siempre contando chistes, detallista, obsequioso, con un gran número de amigos con los que casi siempre salían a comer, a cenar, a tomar copas y bailar...
Pronto se reveló sin embargo que ése era otro Fermín que quedó olvidado al poco tiempo de la boda. Marcharon a otras ciudades, quedaron sin sus amigos de siempre y se vieron enfrentados a una vida de pareja que antes no habían tenido. Él se sintió sin su público. En cada lugar realizaba un gran esfuerzo por rodearse de gente, de amigos. Pero ya no era como antes, ya no eran los amigos de siempre. Y Fermín se volvió serio, seco, en la soledad de la pareja. Pasaban días sin que hablaran más que entre ellos, aparte del trabajo de Fermín y de las salidas de Rosalía para las compras. Ella se quedaba en casa, hacía las pocas tareas necesarias para los dos, preparaba la comida y esperaba que volviera Fermín del trabajo.
Pero él ya no era el de antes, el del noviazgo feliz, el simpático de la pandilla. Se volvió serio, taciturno en su vida de pareja. El trabajo de él, el cambio sucesivo de lugares, los sometió a un desgaste para el que él no estaba preparado. Rosalía seguía enamorada y contaba con recursos para afrontar alegre las nuevas situaciones por las que pasaban. Tenía su propio espacio interior, leía, acudía a clases de idiomas en las academias, a clases de cocina... En cada ciudad sabía planear su vida en las horas de ocio que le quedaban tras el cuidado de su casa y de su marido. Y esto a él, aún sin reconocerlo abiertamente, le irritaba mucho. No entendía cómo ella podía tener un espacio propio al margen de él, ella que ni siquiera tenía un trabajo en el que pudiera relacionarse con los demás. Veía que su bienestar se mantenía al margen del que él pudiera proporcionarle. Quedó patente entonces el tipo de amor que Fermín había sentido por Rosalía desde siempre. La había querido como la más importante de sus admiradores, como la preferida para sus risas. Y así la había incorporado a su vida, como algo suyo, como una fiel admiradora de su personalidad. En realidad Fermín no había llegado a reparar cómo era Rosalía, qué gustos tenía, qué podía interesarle.
Comprobó que ella llevaba a cabo con naturalidad y satisfecha su papel de mujer que se queda en casa, que afronta las dificultades de los sucesivos cambios de residencia, que incluso toma iniciativas para hacer feliz su propia vida al margen del marido. Y esto empezó a amargarle, a molestarle, que ella pudiera organizar su propia vida y esperar contenta por las tardes a que él regresase. Comenzó a importunarla con celos, a sospechar que ella tenía contactos masculinos para alegrarle la vida. Insistía que sus clases de idiomas, sus salidas, no tenían más que ese fin. Ella escuchaba asombrada los reproches de su marido y aunque al principio los tomó como un indicio del fuerte amor que debía sentir por ella, pronto se le volvieron molestos y absurdos, pues seguía seguía enamorada de él como antes. Después, cuando él se dio cuenta de que sus acusaciones eran completamente infundadas y que estaba cayendo en el ridículo, comenzó a criticar sus actividades fuera de la casa, echándole en cara que se aburría con él, que ya no le quería y que buscaba otra vida fuera de él.
Rosalía aceptó el cambio de su marido como algo relacionado con el ‘stress’ de su trabajo, con el cambio de lugar de residencia, y no le daba mayor importancia pensando que cuando pudieran volver a su ciudad de origen, todo volvería a ser como antes. Pero la mayor parte del tiempo estaba huraño, poco hablador, se mostraba aburrido con ella y no deseaba ir a ninguna parte los fines de semana. Y ella empezó a darse cuenta de cómo la quería su marido, cómo la había querido siempre: como una cosa, como una propiedad suya, que estaba allí para reírle las gracias, para no tener otro ocio y otra vida que él. Se dio cuenta de que Fermín nunca se había interesado por saber cómo era ella realmente. Vio claramente que su marido nunca la había querido por sí misma, sino como un apéndice de él.
Y poco después advirtió horrorizada los primeros indicios de engaños. Fermín empezó a regalarle ropa interior, él que nunca lo había hecho. Al principio lo acogió gustosa y sorprendida, un poco divertida ante los gustos exagerados y algo exóticos de su marido. De hecho ahí empezó el interés que ella se tomó posteriormente por su ropa interior. Pero esos regalos eran una pobre disculpa ante sí mismo de lo que él había empezado a hacer poco tiempo antes. Fermín había empezado a tener citas con compañeras de trabajo, con las que empezó a tener suerte mediante alguno de estos regalos. Algunas llamadas telefónicas con silencio al otro lado de la línea, algún olor a perfume y un progresivo desinterés por las relaciones íntimas entre ambos advirtieron a Rosalía que Fermín había empezado a tener relaciones más que amistosas con otra u otras mujeres.
Ella le indicó sus sospechas, muy dolida y alterada. Él lo negó, pero se atrevió a decir que tal conducta podría ser el resultado del progresivo desinterés que, según él, ella había tomado por su vida de pareja. Comenzaron las discusiones y el deterioro de su relación. Y llegó el momento en que Rosalía se dio cuenta de que había dejado de quererle. Se dio cuenta de que no tenía sentido seguir viviendo al lado de una persona como Fermín, que se había revelado como un desconocido con el paso del tiempo, como un doble que hubiera estado escondido tras la apariencia que ella siempre había conocido en él.
Pero qué hacer. Cualquier cambio de rumbo en su vida se le parecía una hazaña imposible. Dar la noticia a sus familias, encontrar caras de incomprensión, de rechazo. Nadie se pondría en su lugar, nadie advertiría el sinsentido de continuar una vida como la suya. Y por otro lado, ¿cómo viviría?, ¿cómo podría independizarsede su actual situación. No había podido llegar a estudiar una carrera, tendría que trabajar donde pudieran aceptarla. Así pasó unos meses, duros, muy duros, en los que paulatinamente fue comunicando a sus parientes y conocidos su decisión de separarse, a la vez que sus relaciones con Fermín se habían ya vuelto inexistentes. Dormían en camas separadas y aunque Rosalía se esforzaba por evitar las discusiones, Fermín encontraba cualquier pretexto para zaherirla por la situación a la que habían llegado, acusándola de ser la causante, la que había hecho que todo se desencadenara de aquella manera.
Finalmente alguien le comentó a Rosalía que Ángel, el confitero, había quedado viudo. Ángel había sido un amigo y compañero de estudios en su ciudad natal y siempre se habían saludado con simpatía en las ocasiones en que se necontraban por la calle. Sin pensarlo, aferrándose a una lejana posibilidad, Rosalía le escribió una carta de pésame en la que le decía que pensaba regresar a la ciudad en breve y que buscaba trabajo, sin mencionarle su situación con Fermín. Ángel contestó inmediatamente ofreciéndole trabajar en la confitería, si se atrevía a ello y no le disgustaba, ya que el trabajo sería mucho y nuevo, quizá poca cosa para Rosalía, que había querido ser maestra.
Ella no lo dudó. Un día a la vuelta del trabajo, Fermín se encontró una carta en la que le comunicaba su decisión de dejarle. Volvía a su ciudad, pensaba trabajar y ya le enviaría los papeles del divorcio. Fermín tardó mucho tiempo en aceptar la situación. Sentía que algo suyo, una cosa que poseía, se le escapaba, algo muy atado a él a lo que estaba rutinariamente acostumbrado. Sintió el vacío de un mueble en el que se había acomodado durante mucho tiempo y sintió rabia. Durante un tiempo la persiguió con sus quejas y reproches, a la vez que intentaba recuperarla con promesas de cambio en él. Que la dejaría hacer sus cosas, sus aficiones y que nunca volvería serle infiel.
Pero Rosalía ya se había ido y las cartas de Fermín que le hacía llegar su familia dirigidas a ella quedaban sin respuesta. Y así empezó su nueva vida. Encontró un pequeño apartamento cerca de la confitería y el acuerdo laboral con Ángel no planteó problemas. Si Fermín había vivido tanto tiempo con ella ignorándola, desconociéndola, sin quererla a ella sino a una mujer que simplemente lo acompañaba en su vida, ella podía ahora perfectamente vivir sin él, vivir su propia vida, una vida independiente, libre, ilusionada ante el futuro.
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