domingo, 21 de febrero de 2010

A Gijón en tren

Fui a Gijón en tren y pude comprobar que si Gijón no es París también te hace experto en nubes, como diría Auster. Paseé con placer por el Muro mirando la mar, el cielo y el horizonte.

Dicen los psicólogos que quien se adapta más y rechaza menos vive más y mejor. En eso estoy, adaptándolo a mí.

martes, 9 de febrero de 2010

Presente

No me acosa la idea de qué hacer, o la de si estaré perdiendo el tiempo. Pienso que lo gano si soy consciente de él y lo disfruto sintiendo que pasa y estoy vivo.

Dejo a un lado sentimientos de nostalgia. No me abruman con su recuerdo lugares llenos del bullicio y las personas de otros momentos. Queda cerrado porque debía cerrarse. La vida sigue de modo diferente.

Trato de saborear cada día de la vida que me queda.

sábado, 6 de febrero de 2010

Cuando yo sea insecto

Cuando yo sea insecto
libaré, cariño,
la savia de tus labios
y por el cerco de tus pestañas
zumbaré gustoso de tus bellos ojos;
a tus cabellos subiré
enganchado de amor en sus manos
y por la línea de tu cuello
llegaré a las suaves colinas de tu abrazo.
Allí pienso quedarme,
hasta que por tu breve gesto
vuelva a la tierra y sea otra vez insecto.

(homenaje a Pablo Neruda, Los versos del capitán, “El insecto”)

miércoles, 3 de febrero de 2010

Aforismos

Algunos colegas son como los termómetros:
por su trato más o menos frío conoces el buen clima de tu independencia.

Algunos filólogos pueden llegar a las manos por la clasificación de un genitivo.
Explican con detalle la herramienta y no saben mostrar el edificio.

La calumnia se debe a una mala voluntad o a una inteligencia débil.
A veces nos engañamos atribuyéndola a la primera causa: puede ser la otra.

Técnicos contra técnicos

En esto de las grandes obras públicas presentes o previstas sale un técnico diciendo que es mejor un túnel y otro suelta a la vez que el túnel es una barbaridad; uno diciendo que se necesita un superpuerto y otro, de igual cualificación, que no se necesita, y así en general. Como puede apreciarse, que unos y otros defiendan sus opiniones aludiendo a sus títulos, las invalida como tales, salvo que deban invalidarse sus títulos.

La conclusión sería que cualquiera puede opinar, y debe ser oído, con su lastre técnico, político, económico, o simplemente con la visión del ciudadano que va a ser usuario activo o pasivo. Y si esto es así y se tiene en cuenta lo del cui nocet, lo más razonable sería hacer un referéndum entre los más directamente implicados, los ciudadanos.

El malvado ciudadano

- A ver, usted, ¿a qué dice que tiene alergia?
- A los ruidos, señor comisario.
- ¿Y usted cree que eso justifica los horrendos crímenes de que usted mismo se acusa?
- Sí, señor comisario, en todos los casos se trataba de ellos o de mí. He tirado mentalmente piedras a borrachos vociferantes que pasaban bajo mi ventana en la madrugada. He disparado mentalmente sobre automovilistas que avisaban de su presencia en la calle a amigos o parientes en sus casas, o que celebraban algún acontecimiento con sus bocinas. He puesto mentalmente bombas en automóviles aparcados con alarmas que sonaban durante toda la noche, o en comercios en los que nadie robaba, o en bares abiertos por la noche con una música insoportable. He saboteado mentalmente grandes motores que en la cubierta de edificios arruinaban el descanso de los vecinos. He tirado mentalmente por un acantilado camiones de la basura y máquinas de obras sin protección acústica. He liberado a perros que ladraban durante horas, destruyendo mentalmente las casas que los encerraban ...
- Pero, oiga, usted no ha hecho nada, no le puedo acusar por lo que usted imagina.
- Es igual, señor comisario, yo no puedo ser un buen ciudadano, un ciudadano normal, con estas intenciones. Sólo el ruido que producían mentalmente mis acciones me procuraba un inmenso placer, ya que ensordecía para siempre a los ruidos que me asediaban.
- Calle, calle, aquí no estamos para bromas. Y váyase.
- Pero, señor comisario, soy un ciudadano malvado. He imaginado terribles torturas para los ruidosos, me he deleitado hasta extremos que me avergüenzan ...
- Le repito que aquí no estamos para oir cuentos, ¡fuera!
- Pero, señor comisario ...
- ¡Fuera, que lo echen!

Cuando el malvado ciudadano abandonaba a la fuerza la comisaría, pudo ver al comisario salir del aparcamiento en su coche, con las ventanillas bajadas, escapando por ellas ruidosamente la canción del verano. Y el malvado ciudadano no pudo contenerse mentalmente.

Palabras y cosas

Decía el filósofo Misón Eteo que él no investigaba los hechos con ayuda del lenguaje, sino el lenguaje con ayuda de los hechos. Pues los hechos no se producen gracias al lenguaje, sino el lenguaje gracias a los hechos. Vivió este filósofo mucho antes que Platón insistiera con su Crátilo en esta relación entre las palabras y las cosas. Y así Misón aparece como un adelantado de la moderna preocupación filosófica por el lenguaje.

Pero investigar los hechos con ayuda del lenguaje o, lo que es lo mismo, proyectar sobre ellos los prejuicios y falsos valores contenidos en las palabras, es un engaño propio de todas las épocas. Repasemos nuestro lenguaje cuando proclamamos Guardián del Orden, Justicia Infinita o Te Prometo Amor Eterno.

Vanidad

Algunos políticos acostumbran a poner una lápida con su nombre en las obras realizadas bajo su mandato. Parecen querer imitar a los filántropos de otras épocas que con su iniciativa y a sus expensas trataban de mejorar la vida de sus conciudadanos. Pero aquellos tiempos ya pasaron y los políticos de ahora cumplen su obligación con el dinero de todos.

Los atenienses encargaron una estatua de bronce a Lisipo después de consentir en la muerte de Sócrates. Muy lejos del filósofo, algunos parecen tener prisa antes de que les mate la memoria.

Principio razonable

Ya el maestro de Sócrates, Arquelao, decía que lo que consideramos justo o vergonzoso no lo es por sí mismo, sino porque así lo ha acordado la costumbre o convención. Sin embargo todavía en el siglo XXI algunas sociedades pretenden añadir una sanción trascendente a lo que parece obvio.

Tratar a los demás como se quiere que le traten a uno es un principio razonable que puede aceptarse por todos aquellos que rechacen el uso de la violencia. No es necesaria una confirmación cultural o religiosa, que sólo aportaría división y enfrentamiento a un postulado que pretende superar toda división y enfrentamiento.

Mareas de Septiembre

Me acercaba con aprensión y no acababa de creérmelo. Hasta donde señalaba la línea de boyas no había superficie, sino un gran pastel de crestas que subían y bajaban como si hirviera.
- Oye tú, ¿cómo se entra en esto?
- Tírate -me decían.

Bajaba paso a paso, agarrado a la barandilla de la dos, mientras las olas que llegaban a la escalera me hacían perder el pie. Tirarse era la solución, e inmediatamente el milagro. Flotabas, flotabas como un corcho subiendo y bajando. Empezamos a nadar, para separarnos del muro y de la escalera, y poco a poco nos íbamos adentrando.

En aquel tiovivo era imposible trazar una dirección y cada cual iba por su lado. Bastante había con sacar la cabeza para respirar en cada brazada. Mirábamos en lo alto de una ola y nos veíamos muy alejados unos de otros. Como el propósito era el mismo, llegar a la altura de San Pedro, seguíamos nadando. Cuando nadas, como cuando corres, piensas a tramos cortos; así pensaba, entrecortadamente, qué hacía yo allí y por qué hacíamos caso al "playu", asegurando que también se podía nadar con una mar como ésta.

Me paraba de vez en cuando y miraba desde la cresta de una ola para ver si seguían o habían dado la vuelta, lo que parecía más razonable. Pero allí seguíamos, cada cual a su aire, ganando distancia al muro y acercándonos a las boyas. Finalmente llegamos, y excitados hablamos a grandes voces. No nos decidíamos a volver, como retando al peligro, retardando la situación de azar que vivíamos. Era un extraño placer sentirnos observados por los lejanos peatones que nos veían en la vorágine.

Pero en medio de la inestabilidad en que nos encontrábamos, no dejamos de apropiarnos de aquel paisaje inédito con Gijón al fondo, de punta a punta, como en un cuadro de Josefina Junco o de Pelayo, con el Monte Deva y el San Martín, y más allá y por encima una línea de nubes doradas por el atardecer, que eran como la escalera a la luz de este mes de Septiembre.

Así demoramos nuestra vuelta, sintiéndonos privilegiados y felices por la rara visión desde aquella inestable atalaya. Finalmente el frío nos empujó y disimulando tomar la iniciativa supimos llegado el momento de volver. La vuelta fue como las retiradas, desordenada e independiente. Confieso más con vergüenza que por mérito que llegué el primero y me agarré a la barandilla como si fuera ya Octubre.