Se acercaban las elecciones a alcalde y concejales en la ciudad. Había numerosos candidatos para ocupar tales cargos. Y comenzó la campaña para competir entre ellos por el voto de los ciudadanos. Cada uno en su ideología política parecía estar más o menos igualado en el favor de los votantes. Hasta que uno de los candidatos, queriendo distinguirse de los demás, creyó encontrar un motivo de ventaja sobre los otros. Y ese motivo era que sólo él había nacido en esa ciudad, lo que no era el caso de los demás. Basando su campaña principalmente en ello, pronto se encontró con que las encuestas de opinión de voto parecían valorar ese hecho del que sólo él podía enorgullecerse.
De este modo llegaron al último día de la campaña electoral, en el que los candidatos debían enfrentarse en un debate televisado. Seguros de que no tendrían un argumento convincente para los votantes que prevaleciera sobre el alardeado derecho de autoctonía, los demás candidatos determinaron desesperanzados que un valedor común les representara en el debate final de la campaña, un valedor cuya ascendencia ciudadana se remontaba a muchas generaciones atrás, tantas que se perdía la memoria de ellas.
Y así el candidato que se vanagloriaba de su nacimiento se encontró como oponente en el debate a una rata que había nacido en su misma ciudad.
De este modo llegaron al último día de la campaña electoral, en el que los candidatos debían enfrentarse en un debate televisado. Seguros de que no tendrían un argumento convincente para los votantes que prevaleciera sobre el alardeado derecho de autoctonía, los demás candidatos determinaron desesperanzados que un valedor común les representara en el debate final de la campaña, un valedor cuya ascendencia ciudadana se remontaba a muchas generaciones atrás, tantas que se perdía la memoria de ellas.
Y así el candidato que se vanagloriaba de su nacimiento se encontró como oponente en el debate a una rata que había nacido en su misma ciudad.
Filósofo cínico reencarnado en perro griego antisistema
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