Hace unos días subí el puerto de San Glorio, de Cantabria a León, conduciendo un descapotable y oyendo la Suite nº 2 en Si Menor de Bach. Comencé subiendo con alguna alegría, la carretera estaba desierta y la música animaba. Después, a cada curva, el paisaje empezó a atraparme. Robles, hayas, castaños, en los colores propios del otoño, hicieron que bajara la marcha para contemplar el espectáculo. Picos que parecían elevados iban quedando poco a poco a mi altura y después superados. Trinos de pájaros se sobreponían a la música que iba escuchando.
Y así llegué a la cima del puerto, con el alma apretada por tanta belleza. Aparqué en una plataforma desde la que se divisaba la tortuosa subida y los montes que la circundaban. Y pensé que así había llegado hasta esta altura de mi vida, al principio corriendo un poco, para después deleitarme con la dificultad de la ruta y la belleza del paisaje.
sábado, 5 de noviembre de 2011
miércoles, 19 de octubre de 2011
Extenuación
Una piedra preciosa desgastada por la talla,
un vencedor en la batalla castigado por sus heridas,
un elefante gastado por el celo,
las resecas orillas de un río en la estación caliente,
la luna en su fase final,
una joven agotada por el juego amoroso
y hombres que han perdido su riqueza con los mendigos:
su extenuación los embellece.
Bhartrihari, poeta indio del s.VII (traducción directa del sánscrito por MSR en Archivum LII-LIII, 2002-2003, p.475)
un vencedor en la batalla castigado por sus heridas,
un elefante gastado por el celo,
las resecas orillas de un río en la estación caliente,
la luna en su fase final,
una joven agotada por el juego amoroso
y hombres que han perdido su riqueza con los mendigos:
su extenuación los embellece.
Bhartrihari, poeta indio del s.VII (traducción directa del sánscrito por MSR en Archivum LII-LIII, 2002-2003, p.475)
Coro
He comenzado a asistir a los ensayos de un coro de mi ciudad. Tienen la sede en una casa antigua que sólo ellos habitan en el primer piso. Entras al típico portal y escalera de las casas de más de setenta años: baldosas en el suelo, madera en las escaleras y pasamanos, sin ascensor, altura elevada, carboneras… Una vez en el local parece igualmente que retrocedieras en el tiempo, no se ha modernizado nada. Por las paredes del pasillo, de las habitaciones -algunas interiores, las llamadas “italianas”-, cuelgan los diplomas, placas y méritos de glorias pasadas, de pasados días de esplendor. Parece que el coro está ahora en un momento bajo. No me importa. Voy allí a distraerme y hacer algo que me gusta, cantar. Y no olvido las palabras de mi poeta Bhartrihari: “su extenuación los embellece”.
martes, 13 de septiembre de 2011
Atienza
Aún faltaba algo por ver y lo descubrí cuando iba a buscar el coche. Allí estaba, adosado a vulgares construcciones recientes. Fue levantado por Catalina de Láncaster, que seguramente quiso ver cómo era la luz de Castilla a través de la vidriera de una ventana estrecha, alta y ojival. Lo que en Inglaterra habría sido un ábside gótico respetado en su decadencia aquí era un resto empobrecido y maltratado.
martes, 21 de junio de 2011
Me han prohibido la poesía
Me han prohibido la poesía
de los recuerdos, de las mentiras,
de lo que pudo ser y no fue,
de las ensoñaciones,
de los deseos imposibles.
Me han prescrito la poesía del presente,
del goce de los sentidos,
del placer posible y los ojos abiertos,
del quizá mañana.
de los recuerdos, de las mentiras,
de lo que pudo ser y no fue,
de las ensoñaciones,
de los deseos imposibles.
Me han prescrito la poesía del presente,
del goce de los sentidos,
del placer posible y los ojos abiertos,
del quizá mañana.
miércoles, 8 de junio de 2011
Buenos días
Buenos días, Martín,
sonríe, mírate risueño,
acaricia tu cara y mírate al espejo.
Buenos días, hombros, brazos que abrazan,
manos que acarician
y escriben estos diarios versos.
Buenos días, pulmones, curad
y curadme de mi mal,
gracias a vosotros respiro, os quiero.
Buenos días, piernas, rodillas, pies,
gracias por llevarme hasta donde llega el agua,
hasta donde me mira el cielo.
sonríe, mírate risueño,
acaricia tu cara y mírate al espejo.
Buenos días, hombros, brazos que abrazan,
manos que acarician
y escriben estos diarios versos.
Buenos días, pulmones, curad
y curadme de mi mal,
gracias a vosotros respiro, os quiero.
Buenos días, piernas, rodillas, pies,
gracias por llevarme hasta donde llega el agua,
hasta donde me mira el cielo.
jueves, 21 de abril de 2011
Calumnias
La calumnia produce en ocasiones un daño inmenso e irreparable en quien la sufre. Tal vez la solución para acabar con esa práctica de malévolos, miedosos y estúpidos creadores y difusores de bulos, sería que ellos mismos la sufrieran con la misma intensidad y perjuicio.
domingo, 17 de abril de 2011
Rosalía se levantó de la cama (VI)
Una tarde apareció nuevamente Carlos por la confitería. Por la expresión de su cara parecía estar pasando un mal momento. Rosalía lo advirtió al entrar y cruzar por delante del mostrador en dirección al saloncito. Él correspondió triste a la sorpresa y alegre saludo de Rosalía. Ella siguió atendiendo a unos clientes y finalmente se dirigió a tomar la comanda de Carlos. No había aún nadie, de manera que se sentó frente a él, que ocupaba su mesa habitual de otro tiempo.
- ¿Qué tal estás? Hace mucho que no venís por aquí, ¿cómo está Paquita?
- Paquita… no está.
Rosalía abrió los ojos y esperó a que continuara.
- Volvió a su país.
- Pero entonces… ¿no os iba bien? Aunque hacía ya algún tiempo que no os veía, daba por seguro que habíais empezado y continuado una relación.
- Así es, o era. Pero un mal día, cuando menos me lo esperaba, me dijo que se iba, que volvía a su país.
- Pero, por qué, si os iba bien.
- Eso le pregunté yo. Y me dio una respuesta que nunca habría imaginado.
Rosalía continuó mirándole con los ojos muy abiertos.
- Me dijo que me quería, pero que quería volver con su marido. Nunca me había dicho que estuviera casada.
Rosalía abrió la boca, sorprendida.
- Sí, fue una auténtica sorpresa. Me dijo que había estado ahorrando y enviando dinero. Y que ahora su marido la reclamaba. No sé, ahora pienso que tal vez no sea cierto y simplemente quería volver.
- ¿Hace mucho que marchó?
- Hará unos dos meses. Me dijo que la despidiera de ti, que guardaría siempre muy buen recuerdo de tu acogida en la confitería. Pero que prefería que yo te lo contara. Por eso he venido, y para poder decirle a alguien lo que estoy pasando.
Rosalía apoyó su mano en el antebrazo de Carlos.
- Estoy mal, Rosalía. Llegué a enamorarme de ella, a quererla. Casi sin darme cuenta empezó a formar una parte importante de mi vida. Nos veíamos a diario, fuera de su horario de trabajo. Pasábamos fines de semana juntos, en su pensión o ella en la mía. Incluso nos escapamos una vez a Galicia y allí estuvimos una semana en Santiago, donde ella quería ver a una prima. Pero un día, después de haberlo preparado todo en secreto, me dijo que se iba. Que se iba al día siguiente. No pude decir nada hasta el momento en que la vi subirse al autobús para Madrid, donde cogería el avión. Y nos dijimos solamente adiós.
Carlos guardó silencio. Con una servilleta de papel se secó las lágrimas. Rosalía quedó callada un instante.
- ¿Quieres algo?, ¿qué te traigo?
Cuando volvió a la mesa se sentó nuevamente. Aún no había entrado nadie. Carlos continuó.
- Me creía autosuficiente. Nunca pensé que una emoción podría con mi apego a la independencia, a ser libre. Pero ya no siento ese apego. Es como si mi vida hubiera pasado a depender de Paquita. Pensé seriamente en seguirla. Pregunté en su entorno por ella, si sabían su dirección en Colombia. Pero nadie sabía o no quiso decirme nada. Estoy muy mal, Rosalía, me arrastro desde hace dos meses.
Rosalía se levantó y fue al mostrador a atender a unos clientes. Un tiempo después lo vio acercarse para pagar. La miró con una sonrisa triste y le dijo:
- Hasta otro día. Gracias por escucharme.
Quedó pensativa. Recordó su pasado con Fermín y lo tranquila y feliz que se sentía ahora.
------------------------------------
Carlos empezó a frecuentar nuevamente la confitería. Se sentaba en su mesa habitual y pedía lo mismo. Estaba pensativo o trabajaba sobre unos folios escritos haciendo correcciones o anotaciones al margen. Rosalía se quedaba de pie unos instantes junto a su mesa. Hablaban de cómo les iba y volvía nuevamente al mostrador.
Él había encontrado un trabajo que le gustaba. Un amigo, que valoraba el saber y la inteligencia de Carlos, le puso en contacto con el dueño de una pequeña editorial y en ella empezó a trabajar como corrector de estilo. No pagaban mucho, apenas para cubrir sus gastos. Pero no estaba sujeto a un horario ni a un lugar, podía trabajar en cualquier parte y eso le gustaba a Carlos. Por eso en ocasiones llevaba su trabajo a la confitería.
- ¿Qué tal estás? Hace mucho que no venís por aquí, ¿cómo está Paquita?
- Paquita… no está.
Rosalía abrió los ojos y esperó a que continuara.
- Volvió a su país.
- Pero entonces… ¿no os iba bien? Aunque hacía ya algún tiempo que no os veía, daba por seguro que habíais empezado y continuado una relación.
- Así es, o era. Pero un mal día, cuando menos me lo esperaba, me dijo que se iba, que volvía a su país.
- Pero, por qué, si os iba bien.
- Eso le pregunté yo. Y me dio una respuesta que nunca habría imaginado.
Rosalía continuó mirándole con los ojos muy abiertos.
- Me dijo que me quería, pero que quería volver con su marido. Nunca me había dicho que estuviera casada.
Rosalía abrió la boca, sorprendida.
- Sí, fue una auténtica sorpresa. Me dijo que había estado ahorrando y enviando dinero. Y que ahora su marido la reclamaba. No sé, ahora pienso que tal vez no sea cierto y simplemente quería volver.
- ¿Hace mucho que marchó?
- Hará unos dos meses. Me dijo que la despidiera de ti, que guardaría siempre muy buen recuerdo de tu acogida en la confitería. Pero que prefería que yo te lo contara. Por eso he venido, y para poder decirle a alguien lo que estoy pasando.
Rosalía apoyó su mano en el antebrazo de Carlos.
- Estoy mal, Rosalía. Llegué a enamorarme de ella, a quererla. Casi sin darme cuenta empezó a formar una parte importante de mi vida. Nos veíamos a diario, fuera de su horario de trabajo. Pasábamos fines de semana juntos, en su pensión o ella en la mía. Incluso nos escapamos una vez a Galicia y allí estuvimos una semana en Santiago, donde ella quería ver a una prima. Pero un día, después de haberlo preparado todo en secreto, me dijo que se iba. Que se iba al día siguiente. No pude decir nada hasta el momento en que la vi subirse al autobús para Madrid, donde cogería el avión. Y nos dijimos solamente adiós.
Carlos guardó silencio. Con una servilleta de papel se secó las lágrimas. Rosalía quedó callada un instante.
- ¿Quieres algo?, ¿qué te traigo?
Cuando volvió a la mesa se sentó nuevamente. Aún no había entrado nadie. Carlos continuó.
- Me creía autosuficiente. Nunca pensé que una emoción podría con mi apego a la independencia, a ser libre. Pero ya no siento ese apego. Es como si mi vida hubiera pasado a depender de Paquita. Pensé seriamente en seguirla. Pregunté en su entorno por ella, si sabían su dirección en Colombia. Pero nadie sabía o no quiso decirme nada. Estoy muy mal, Rosalía, me arrastro desde hace dos meses.
Rosalía se levantó y fue al mostrador a atender a unos clientes. Un tiempo después lo vio acercarse para pagar. La miró con una sonrisa triste y le dijo:
- Hasta otro día. Gracias por escucharme.
Quedó pensativa. Recordó su pasado con Fermín y lo tranquila y feliz que se sentía ahora.
------------------------------------
Carlos empezó a frecuentar nuevamente la confitería. Se sentaba en su mesa habitual y pedía lo mismo. Estaba pensativo o trabajaba sobre unos folios escritos haciendo correcciones o anotaciones al margen. Rosalía se quedaba de pie unos instantes junto a su mesa. Hablaban de cómo les iba y volvía nuevamente al mostrador.
Él había encontrado un trabajo que le gustaba. Un amigo, que valoraba el saber y la inteligencia de Carlos, le puso en contacto con el dueño de una pequeña editorial y en ella empezó a trabajar como corrector de estilo. No pagaban mucho, apenas para cubrir sus gastos. Pero no estaba sujeto a un horario ni a un lugar, podía trabajar en cualquier parte y eso le gustaba a Carlos. Por eso en ocasiones llevaba su trabajo a la confitería.
Como los perros y el gato: Platón y los cínicos
Comunicación: “Como los perros y el gato: Platón y los cínicos”, dentro de las XX Jornadas de Filología Clásica, Oviedo, 5 al 7 de Abril de 2011, organizadas por el Departamento de Filología Clásica y Románica de la Universidad de Oviedo y la Delegación de Asturias y Cantabria de la Sociedad Española de Estudios Clásicos, Lugar: Salón de Grados del Departamento de Filología Clásica y Románica Fecha: 06-04-11
Como los perros y el gato: Platón y los cínicos
Martín Sevilla Rodríguez
Universidad de Oviedo
1. Para dibujar la figura filosófica de Sócrates contamos con los diálogos de su discípulo Platón y las obras dedicadas a su maestro por su condiscípulo Jenofonte. De una y otra fuente se deducen dos Sócrates diferentes. Cuál de ellos habría sido el más próximo al real, es ya una vieja y debatida cuestión.
En todo caso la compleja enseñanza filosófica del maestro Sócrates produjo el germen de las escuelas surgidas de la actividad de sus discípulos, tan diversas entre sí. No es preciso insistir aquí en las profundas diferencias que separan la lógica, la física o la ética de tales corrientes filosóficas, ni tampoco en la profunda y desigual influencia que tuvieron tales corrientes en la historia de la filosofía.
Lo que querría presentarles en esta breve exposición es lo que sabemos de las relaciones personales entre algunos de sus condiscípulos más notorios, relaciones marcadas por las diferencias de pensamiento ya en los inicios de sus respectivas andaduras filosóficas tras la muerte del maestro. La escuela de Platón, la Academia, y posteriormente el Perípato, la escuela de Aristóteles, constituyeron en su tiempo grupos cerrados en torno al sistema filosófico de sus fundadores.
En ellas el quehacer fundamental era la transmisión y el comentario del corpus constituido por las obras de los escolarcas, pudiendo darse en ocasiones desviaciones del mismo, como en el caso de la deriva escéptica de Carnéades en la escuela platónica.
En tales corpus platónico y aristotélico puede decirse que sobresalieron la lógica y la física: el modo del conocimiento, las reglas del razonamiento, los estudios sobre la naturaleza. Es verdad que tanto Platón como Aristóteles escribieron importantes obras en el ámbito de la ética, pero el legado de ambos a la historia de la filosofía antigua aparece representado fundamentalmente por aportaciones tales como la teoría de las Ideas en Platón o la silogística de Aristóteles. En todo caso la ética que desarrollaron ambos pensadores iba dirigida, bien a tratar de ordenar la vida social dentro del estado, como en el caso de la República de Platón, bien era estudiada desde un punto de vista sistemático y objetivo, como conjunto de ideas y posibilidades acerca de la conducta, así la Ética a Nicómaco de Aristóteles. Lo que pretende decirse es que las obras éticas de Platón y Aristóteles harían referencia a una ética que podríamos calificar de exógena, donde el referente sería la sociedad o el estudio sistemático y general de ideas que conocemos como ética.
Sin embargo en el cinismo, estoicismo, epicureísmo y escepticismo, la ética sería endógena, el referente era el propio individuo, y el fin fundamental del quehacer filosófico era llevar la paz del alma al ciudadano individual, no ya de una pólis concreta o idealizada, sino al ciudadano del mundo, por encima de fronteras, costumbres y religiones.
Cabe añadir también que frente al tipo de escuela que constituían las de Platón y Aristóteles, las citadas escuelas helenísticas constituían en su mayor parte grupos abiertos que se reunían en lugares públicos en los que se discutía todo tipo de ideas o aspectos de la realidad, más bien que sistemas cerrados o directrices acuñadas por sus fundadores. El fin era conseguir, para todo aquel que quisiera añadirse, la tan ansiada ataraxía, la paz o imperturbabilidad del alma.
Por otra parte ya no es sólo la profunda diferencia de ideas y fines lo que separa el quehacer filosófico de Platón y otras escuelas como la de los cínicos, sino también, y esto es muy importante para abarcar completamente el sentido de las anécdotas que se cuentan entre ellos, la diferencia de estrato o posición social en que se encuentran sus protagonistas. Platón pertenecía a la nobleza ateniense, era descendiente por vía materna del legislador Solón, tal como transmite Diógenes Laercio . Y por la misma fuente sabemos que su condiscípulo Antístenes, el fundador de la escuela cínica, no era para sus conciudadanos enteramente ateniense, sino que le reprochaban el origen tracio de su madre . Por su parte Diógenes, discípulo que superaría con mucho en fama a su maestro Antístenes, era un inmigrante, un exiliado de Sinope, en la orilla meridional del Mar Negro, de donde habría escapado con su padre, responsable de la fabricación de moneda en la ciudad, por haber acuñado moneda falsa, aunque otras fuentes incluyen al hijo en tal hecho o incluso le hacen enteramente responsable de él . Frente a Platón, pues, Antístenes y Diógenes están en una posición social muy inferior y la inquina que debía producirse a causa de esta diferencia se deja entrever en muchas de las anécdotas que nos han transmitido Diógenes Laercio y otros autores.
A través, pues, de las anécdotas que seguirán a continuación podremos comprobar cómo algunos de los discípulos de Sócrates reflejaron la práctica de sus quehaceres filosóficos en su propia conducta y en sus relaciones individuales y sociales.
2. Proclo, un comentarista de Platón, pone en boca de Antístenes el siguiente razonamiento: “No es posible la contradicción, pues todo lo que se dice es verdad, ya que el que habla dice algo; el que dice algo dice algo existente y el que dice algo existente dice la verdad. Por lo tanto hay que concluir, con respecto a aquello de que existe también la mentira y que nada impide al que dice algo existente decir mentira, que el que habla, habla sobre algo y no habla de aquella o de esta manera”. Antístenes parece confundir el enunciado y sus referentes. Existe evidentemente el enunciado pero no necesariamente los referentes enunciados en él.
Platón se burló de Antístenes por esta argumentación, claramente un sofisma tan del gusto de la época, y éste, despechado, escribió un diálogo en contra de Platón que tituló Sáthôn, un epíteto grosero en la época, que viene a significar algo así como alguien muy bien dotado en cierta parte. Parece evidente que a Platón nunca se le habría ocurrido dar un título como éste a uno de sus diálogos; por éste y otros hechos puede comprenderse también por qué la tradición clásica dejó perderse los numerosos diálogos escritos por Antístenes, Diógenes y los demás cínicos.
Que Antístenes se situaba claramente en una posición empirista frente a la peculiar teoría del conocimiento de su condiscípulo, se ve en aquella anécdota en la que Antístenes le objeta que ve al caballo, pero no ve la “caballeidad”. Platón le contesta que tiene ojos para ver al caballo, pero no tiene lo que hay que tener para percibir la “caballeidad” .
Y parecida anécdota tiene lugar entre Platón y el discípulo de Antístenes que sobrepasaría en fama al maestro: Diógenes. Hablando Platón de su teoría de las Ideas le replicaba Diógenes que veía la mesa y la taza pero no la “meseidad” ni la “taceidad”. A lo que contestó Platón, parecidamente a Antístenes, que tenía ojos para ver la mesa y la taza, pero no inteligencia para ver la “meseidad” y la “taceidad” .
Enfrentamientos doctrinales también opusieron a Diógenes frente a Platón, como cuando habiendo definido Platón al hombre como un bípedo sin plumas y siendo aplaudido por ello, Diógenes lanzó en medio de todos un gallo que había desplumado diciendo que ése era el hombre de Patón. Y desde entonces se añadió a la definición “(bípedo sin plumas) con uñas anchas”. No es seguro de todos modos que tal definición se deba a Platón.
En consecuencia de tales enfrentamientos doctrinales, la calumnia y los insultos fueron habituales entre ellos. Al enterarse de que Platón hablaba mal de él, Antístenes contestó que era propio de reyes oír que hablan mal de ti cuando obras bien.
Y a la inversa, oyendo Antístenes en cierta ocasión a alguien que calumniaba a Platón, le dijo que lo dejara, que no le convencería de sus calumnias de la misma manera que Platón no le convencería si hablara bien de su calumniador. De modo parecido contesta Diógenes a uno que le insultaba, diciéndole que nadie creería a Diógenes si hablara bien de su ofensor, de la misma manera que nadie creerá al ofensor hablando mal de Diógenes.
Y cuando Platón llama ‘perro’ a Diógenes, éste en modo alguno lo acepta como insulto, sino que incluso lo justifica indicando que era cierto, puesto que volvía con los que le habían vendido, esto es, que volvía como un perro fiel e importuno a molestar a los que le habían echado de su lado . Recuérdese que el nombre de ‘cínicos’ les viene a tales filósofos de su apelativo en griego: kunikoí, esto es, literalmente, ‘los perrunos’. Según algunos deberían su nombre al hecho de haber empezado Antístenes a discutir y conversar en el gimnasio de Cinosargo, consagrado a Heracles, que estaba situado fuera de los muros de Atenas y era utilizado por quienes no eran de puro linaje ateniense; su nombre compuesto contenía como primer elemento el nombre del ‘perro’: Kunósarges. La otra versión del porqué de su nombre, ‘los perrunos’, ‘los que son como perros’, vendría justificada por su modo de vida natural y alejada de todo tipo de convenciones sociales.
Entre el insulto y el elogio, si esto es posible, cabría situar el juicio que impone Platón a Diógenes cuando alguien le preguntó qué clase de hombre le parecía y Platón contestó que Diógenes era un “Sócrates enloquecido”.
Y así, sin perder nunca la relación personal que les había unido escuchando a su maestro Sócrates, continuaron los cínicos, como perros que se consideraban, acosando al gato aristócrata y desdeñoso Platón, que sin embargo era habitualmente considerado por ellos, en tanto que miembro de la aristocracia ateniense, como un caballo arrogante y vanidoso . De este modo, viendo en cierta ocasión a un caballo que relinchaba exageradamente, Antístenes le dijo a Platón que se parecía a un caballo en tal circunstancia, ya que a Antístenes su condiscípulo le parecía muy vanidoso.
Del mismo modo, en cierta ocasión que Platón estaba enfermo, Antístenes le hizo una visita y al ver la palangana donde había vomitado le dijo que veía bilis en ella, pero no su vanidad.
Tratándose esta vez de Diógenes, un día que Platón había invitado a su casa a amigos que venían de parte de Dionisio, el tirano de Sicilia, Diógenes pisoteaba sus alfombras y decía que pisaba la fatuidad de Platón. Platón contestó que él, Diógenes, hacía ver su vanidad haciendo gala de no ser vanidoso. Otros dicen que Diógenes habría dicho que pisoteaba la vanidad de Platón y que Platón habría dicho a su vez que él, Diógenes, la pisaba con otro tipo de vanidad.
Sin embargo Platón no perdió la ocasión tampoco de contraatacar con las mismas armas al respecto de Diógenes, como puede apreciarse por lo siguiente. En cierta ocasión un grupo de atenienses mojó con agua a Diógenes en el sitio donde se encontraba y dándoles lástima a los que pasaban por allí, Platón, que estaba cerca, les dijo que se alejaran si realmente querían compadecerse de él. Platón quería hacer patente con ello la vanidad de Diógenes, haciéndose la víctima como consecuencia de su práctica de vida, libre y anticonvencional. Recuérdese también el reproche de Sócrates a Antístenes, cuando poniendo Antístenes a la vista la parte agujereada de su manto, le dijo Sócrates: “Veo a través del manto tu vanagloria”.
En la vanidad de Platón, esta vez, habría que situar la siguiente anécdota. Se le echaba en cara a Diógenes ser un pedigüeño, mientras que Platón no lo era, y Diógenes contestó que Platón también lo era, pero: “[que habla] acercando la cabeza, para que los demás no se enteren”. citando un verso de la Odisea en el que Telémaco se dirige a Atenea que ha llegado disfrazada a Ítaca y no quiere que le oigan los pretendientes.
Sin embargo, la fama más asentada de Platón entre los cínicos era la que le colocaba el rótulo de charlatán. Un día que Antístenes oía a Platón en su escuela hablar sin parar, comentó que no era el público el que debía amoldarse al conferenciante, sino el conferenciante al público . Antístenes sostenía que la virtud es escasa en palabras, mientras que el vicio parlotea sin fin , y Laercio nos transmite que una vez que Diógenes le pidió vino a Platón éste le envió una jarra a rebosar y Diógenes se burló de él diciéndole que si respondería veinte cuando se le preguntase cuánto son dos más dos. Diógenes sostenía que Platón no sabía dar con precisión lo que se le pedía, de la misma manera que no sabía responder con precisión a lo preguntado, sino que respondía como un charlatán.
Otra variante de esta anécdota es la siguiente: Diógenes le pidió a Platón tres higos de su jardín y éste le envió un medimno lleno de ellos , a lo que Diógenes comentó que del mismo modo respondía diez mil cosas cuando se le preguntaba una.
Esa también fue parte de la herencia que recibió Diógenes de su maestro Antístenes con respecto a Platón, pues Diógenes consideraba la enseñanza de Platón una pérdida de tiempo: su “pasatiempo” –decía- es una “pérdida de tiempo” (haciendo juego de palabras con diatribê y katatribê.
Y así, en numerosas ocasiones, vuelve una y otra vez el reproche de Diógenes en el mismo sentido: Diógenes le preguntaba a Platón si había escrito las Leyes y la República y cuando éste contestó que sí le preguntó de nuevo si podía haber una república sin leyes, a lo que Platón contestó que no; entonces Diógenes preguntó finalmente para qué había escrito sobre Leyes si ya había escrito la República.
O a la inversa de la anécdota anterior: un día que estaba Diógenes comiendo higos secos encontró a Platón y le dijo que podía coger. Platón cogió y se puso a comerlos y entonces Diógenes le dijo que le había dicho cogerlos y no devorarlos.
A modo de resumen de tales acusaciones de ‘charlatán’, podría incluirse esta opinión de Diógenes, esclarecedora y sorprendente. Con respecto a Platón, Diógenes preguntaba de qué puede servir alguien que lleva dedicado mucho tiempo a filosofar sin inquietar a nadie . No es de extrañar el afecto filosófico que sentía Nietzsche por los cínicos, a propósito de esta opinión y los rasgos propios que los caracterizaban: autosuficientes y anticonvencionales.
Otro de los reproches que, en el contexto adecuado, Diógenes no perdía ocasión de hacerle a Platón era a propósito de sus viajes a la corte del tirano Dionisio en Sicilia, entendiendo el cínico que Platón buscaba parasitar a Dionisio con la disculpa de pretender influir en su gobierno según las ideas políticas del autor de la República. Así, cierto día que se encontraban en un gran banquete, Diógenes vio a Platón coger aceitunas de un plato y le preguntó si él, que había atravesado el mar para ir hasta Sicilia en busca de mesas bien provistas, no aprovechaba ahora que las tenía delante de él. Platón le contestó que por supuesto que sí, que tanto allí como aquí comía aceitunas y comidas parecidas . Entonces Diógenes le replicó qué necesidad tenía en tal caso de navegar a Siracusa, habiendo aceitunas en el Ática. Platón había estado en tres ocasiones en Siracusa , en la corte, primero, de Dionisio el Viejo y después de Dionisio el Joven, su hijo, para atraerlos a la filosofía.
Y para terminar finalmente este conjunto de anécdotas podría seguir la siguiente, en la que Platón y Diógenes hacen gala de sus peculiares conductas. Parece que Platón le devolvió a Diógenes su crítica de parásito de Dionisio a la inversa, como cuando viendo a Diógenes lavando lechugas le dijo que si hubiera cultivado a Dionisio no tendría que lavar lechugas. Diógenes le contestó que si Platón hubiera lavado lechugas no habría tenido que hacerle la corte a Dionisio .
Como los perros y el gato: Platón y los cínicos
Martín Sevilla Rodríguez
Universidad de Oviedo
1. Para dibujar la figura filosófica de Sócrates contamos con los diálogos de su discípulo Platón y las obras dedicadas a su maestro por su condiscípulo Jenofonte. De una y otra fuente se deducen dos Sócrates diferentes. Cuál de ellos habría sido el más próximo al real, es ya una vieja y debatida cuestión.
En todo caso la compleja enseñanza filosófica del maestro Sócrates produjo el germen de las escuelas surgidas de la actividad de sus discípulos, tan diversas entre sí. No es preciso insistir aquí en las profundas diferencias que separan la lógica, la física o la ética de tales corrientes filosóficas, ni tampoco en la profunda y desigual influencia que tuvieron tales corrientes en la historia de la filosofía.
Lo que querría presentarles en esta breve exposición es lo que sabemos de las relaciones personales entre algunos de sus condiscípulos más notorios, relaciones marcadas por las diferencias de pensamiento ya en los inicios de sus respectivas andaduras filosóficas tras la muerte del maestro. La escuela de Platón, la Academia, y posteriormente el Perípato, la escuela de Aristóteles, constituyeron en su tiempo grupos cerrados en torno al sistema filosófico de sus fundadores.
En ellas el quehacer fundamental era la transmisión y el comentario del corpus constituido por las obras de los escolarcas, pudiendo darse en ocasiones desviaciones del mismo, como en el caso de la deriva escéptica de Carnéades en la escuela platónica.
En tales corpus platónico y aristotélico puede decirse que sobresalieron la lógica y la física: el modo del conocimiento, las reglas del razonamiento, los estudios sobre la naturaleza. Es verdad que tanto Platón como Aristóteles escribieron importantes obras en el ámbito de la ética, pero el legado de ambos a la historia de la filosofía antigua aparece representado fundamentalmente por aportaciones tales como la teoría de las Ideas en Platón o la silogística de Aristóteles. En todo caso la ética que desarrollaron ambos pensadores iba dirigida, bien a tratar de ordenar la vida social dentro del estado, como en el caso de la República de Platón, bien era estudiada desde un punto de vista sistemático y objetivo, como conjunto de ideas y posibilidades acerca de la conducta, así la Ética a Nicómaco de Aristóteles. Lo que pretende decirse es que las obras éticas de Platón y Aristóteles harían referencia a una ética que podríamos calificar de exógena, donde el referente sería la sociedad o el estudio sistemático y general de ideas que conocemos como ética.
Sin embargo en el cinismo, estoicismo, epicureísmo y escepticismo, la ética sería endógena, el referente era el propio individuo, y el fin fundamental del quehacer filosófico era llevar la paz del alma al ciudadano individual, no ya de una pólis concreta o idealizada, sino al ciudadano del mundo, por encima de fronteras, costumbres y religiones.
Cabe añadir también que frente al tipo de escuela que constituían las de Platón y Aristóteles, las citadas escuelas helenísticas constituían en su mayor parte grupos abiertos que se reunían en lugares públicos en los que se discutía todo tipo de ideas o aspectos de la realidad, más bien que sistemas cerrados o directrices acuñadas por sus fundadores. El fin era conseguir, para todo aquel que quisiera añadirse, la tan ansiada ataraxía, la paz o imperturbabilidad del alma.
Por otra parte ya no es sólo la profunda diferencia de ideas y fines lo que separa el quehacer filosófico de Platón y otras escuelas como la de los cínicos, sino también, y esto es muy importante para abarcar completamente el sentido de las anécdotas que se cuentan entre ellos, la diferencia de estrato o posición social en que se encuentran sus protagonistas. Platón pertenecía a la nobleza ateniense, era descendiente por vía materna del legislador Solón, tal como transmite Diógenes Laercio . Y por la misma fuente sabemos que su condiscípulo Antístenes, el fundador de la escuela cínica, no era para sus conciudadanos enteramente ateniense, sino que le reprochaban el origen tracio de su madre . Por su parte Diógenes, discípulo que superaría con mucho en fama a su maestro Antístenes, era un inmigrante, un exiliado de Sinope, en la orilla meridional del Mar Negro, de donde habría escapado con su padre, responsable de la fabricación de moneda en la ciudad, por haber acuñado moneda falsa, aunque otras fuentes incluyen al hijo en tal hecho o incluso le hacen enteramente responsable de él . Frente a Platón, pues, Antístenes y Diógenes están en una posición social muy inferior y la inquina que debía producirse a causa de esta diferencia se deja entrever en muchas de las anécdotas que nos han transmitido Diógenes Laercio y otros autores.
A través, pues, de las anécdotas que seguirán a continuación podremos comprobar cómo algunos de los discípulos de Sócrates reflejaron la práctica de sus quehaceres filosóficos en su propia conducta y en sus relaciones individuales y sociales.
2. Proclo, un comentarista de Platón, pone en boca de Antístenes el siguiente razonamiento: “No es posible la contradicción, pues todo lo que se dice es verdad, ya que el que habla dice algo; el que dice algo dice algo existente y el que dice algo existente dice la verdad. Por lo tanto hay que concluir, con respecto a aquello de que existe también la mentira y que nada impide al que dice algo existente decir mentira, que el que habla, habla sobre algo y no habla de aquella o de esta manera”. Antístenes parece confundir el enunciado y sus referentes. Existe evidentemente el enunciado pero no necesariamente los referentes enunciados en él.
Platón se burló de Antístenes por esta argumentación, claramente un sofisma tan del gusto de la época, y éste, despechado, escribió un diálogo en contra de Platón que tituló Sáthôn, un epíteto grosero en la época, que viene a significar algo así como alguien muy bien dotado en cierta parte. Parece evidente que a Platón nunca se le habría ocurrido dar un título como éste a uno de sus diálogos; por éste y otros hechos puede comprenderse también por qué la tradición clásica dejó perderse los numerosos diálogos escritos por Antístenes, Diógenes y los demás cínicos.
Que Antístenes se situaba claramente en una posición empirista frente a la peculiar teoría del conocimiento de su condiscípulo, se ve en aquella anécdota en la que Antístenes le objeta que ve al caballo, pero no ve la “caballeidad”. Platón le contesta que tiene ojos para ver al caballo, pero no tiene lo que hay que tener para percibir la “caballeidad” .
Y parecida anécdota tiene lugar entre Platón y el discípulo de Antístenes que sobrepasaría en fama al maestro: Diógenes. Hablando Platón de su teoría de las Ideas le replicaba Diógenes que veía la mesa y la taza pero no la “meseidad” ni la “taceidad”. A lo que contestó Platón, parecidamente a Antístenes, que tenía ojos para ver la mesa y la taza, pero no inteligencia para ver la “meseidad” y la “taceidad” .
Enfrentamientos doctrinales también opusieron a Diógenes frente a Platón, como cuando habiendo definido Platón al hombre como un bípedo sin plumas y siendo aplaudido por ello, Diógenes lanzó en medio de todos un gallo que había desplumado diciendo que ése era el hombre de Patón. Y desde entonces se añadió a la definición “(bípedo sin plumas) con uñas anchas”. No es seguro de todos modos que tal definición se deba a Platón.
En consecuencia de tales enfrentamientos doctrinales, la calumnia y los insultos fueron habituales entre ellos. Al enterarse de que Platón hablaba mal de él, Antístenes contestó que era propio de reyes oír que hablan mal de ti cuando obras bien.
Y a la inversa, oyendo Antístenes en cierta ocasión a alguien que calumniaba a Platón, le dijo que lo dejara, que no le convencería de sus calumnias de la misma manera que Platón no le convencería si hablara bien de su calumniador. De modo parecido contesta Diógenes a uno que le insultaba, diciéndole que nadie creería a Diógenes si hablara bien de su ofensor, de la misma manera que nadie creerá al ofensor hablando mal de Diógenes.
Y cuando Platón llama ‘perro’ a Diógenes, éste en modo alguno lo acepta como insulto, sino que incluso lo justifica indicando que era cierto, puesto que volvía con los que le habían vendido, esto es, que volvía como un perro fiel e importuno a molestar a los que le habían echado de su lado . Recuérdese que el nombre de ‘cínicos’ les viene a tales filósofos de su apelativo en griego: kunikoí, esto es, literalmente, ‘los perrunos’. Según algunos deberían su nombre al hecho de haber empezado Antístenes a discutir y conversar en el gimnasio de Cinosargo, consagrado a Heracles, que estaba situado fuera de los muros de Atenas y era utilizado por quienes no eran de puro linaje ateniense; su nombre compuesto contenía como primer elemento el nombre del ‘perro’: Kunósarges. La otra versión del porqué de su nombre, ‘los perrunos’, ‘los que son como perros’, vendría justificada por su modo de vida natural y alejada de todo tipo de convenciones sociales.
Entre el insulto y el elogio, si esto es posible, cabría situar el juicio que impone Platón a Diógenes cuando alguien le preguntó qué clase de hombre le parecía y Platón contestó que Diógenes era un “Sócrates enloquecido”.
Y así, sin perder nunca la relación personal que les había unido escuchando a su maestro Sócrates, continuaron los cínicos, como perros que se consideraban, acosando al gato aristócrata y desdeñoso Platón, que sin embargo era habitualmente considerado por ellos, en tanto que miembro de la aristocracia ateniense, como un caballo arrogante y vanidoso . De este modo, viendo en cierta ocasión a un caballo que relinchaba exageradamente, Antístenes le dijo a Platón que se parecía a un caballo en tal circunstancia, ya que a Antístenes su condiscípulo le parecía muy vanidoso.
Del mismo modo, en cierta ocasión que Platón estaba enfermo, Antístenes le hizo una visita y al ver la palangana donde había vomitado le dijo que veía bilis en ella, pero no su vanidad.
Tratándose esta vez de Diógenes, un día que Platón había invitado a su casa a amigos que venían de parte de Dionisio, el tirano de Sicilia, Diógenes pisoteaba sus alfombras y decía que pisaba la fatuidad de Platón. Platón contestó que él, Diógenes, hacía ver su vanidad haciendo gala de no ser vanidoso. Otros dicen que Diógenes habría dicho que pisoteaba la vanidad de Platón y que Platón habría dicho a su vez que él, Diógenes, la pisaba con otro tipo de vanidad.
Sin embargo Platón no perdió la ocasión tampoco de contraatacar con las mismas armas al respecto de Diógenes, como puede apreciarse por lo siguiente. En cierta ocasión un grupo de atenienses mojó con agua a Diógenes en el sitio donde se encontraba y dándoles lástima a los que pasaban por allí, Platón, que estaba cerca, les dijo que se alejaran si realmente querían compadecerse de él. Platón quería hacer patente con ello la vanidad de Diógenes, haciéndose la víctima como consecuencia de su práctica de vida, libre y anticonvencional. Recuérdese también el reproche de Sócrates a Antístenes, cuando poniendo Antístenes a la vista la parte agujereada de su manto, le dijo Sócrates: “Veo a través del manto tu vanagloria”.
En la vanidad de Platón, esta vez, habría que situar la siguiente anécdota. Se le echaba en cara a Diógenes ser un pedigüeño, mientras que Platón no lo era, y Diógenes contestó que Platón también lo era, pero: “[que habla] acercando la cabeza, para que los demás no se enteren”. citando un verso de la Odisea en el que Telémaco se dirige a Atenea que ha llegado disfrazada a Ítaca y no quiere que le oigan los pretendientes.
Sin embargo, la fama más asentada de Platón entre los cínicos era la que le colocaba el rótulo de charlatán. Un día que Antístenes oía a Platón en su escuela hablar sin parar, comentó que no era el público el que debía amoldarse al conferenciante, sino el conferenciante al público . Antístenes sostenía que la virtud es escasa en palabras, mientras que el vicio parlotea sin fin , y Laercio nos transmite que una vez que Diógenes le pidió vino a Platón éste le envió una jarra a rebosar y Diógenes se burló de él diciéndole que si respondería veinte cuando se le preguntase cuánto son dos más dos. Diógenes sostenía que Platón no sabía dar con precisión lo que se le pedía, de la misma manera que no sabía responder con precisión a lo preguntado, sino que respondía como un charlatán.
Otra variante de esta anécdota es la siguiente: Diógenes le pidió a Platón tres higos de su jardín y éste le envió un medimno lleno de ellos , a lo que Diógenes comentó que del mismo modo respondía diez mil cosas cuando se le preguntaba una.
Esa también fue parte de la herencia que recibió Diógenes de su maestro Antístenes con respecto a Platón, pues Diógenes consideraba la enseñanza de Platón una pérdida de tiempo: su “pasatiempo” –decía- es una “pérdida de tiempo” (haciendo juego de palabras con diatribê y katatribê.
Y así, en numerosas ocasiones, vuelve una y otra vez el reproche de Diógenes en el mismo sentido: Diógenes le preguntaba a Platón si había escrito las Leyes y la República y cuando éste contestó que sí le preguntó de nuevo si podía haber una república sin leyes, a lo que Platón contestó que no; entonces Diógenes preguntó finalmente para qué había escrito sobre Leyes si ya había escrito la República.
O a la inversa de la anécdota anterior: un día que estaba Diógenes comiendo higos secos encontró a Platón y le dijo que podía coger. Platón cogió y se puso a comerlos y entonces Diógenes le dijo que le había dicho cogerlos y no devorarlos.
A modo de resumen de tales acusaciones de ‘charlatán’, podría incluirse esta opinión de Diógenes, esclarecedora y sorprendente. Con respecto a Platón, Diógenes preguntaba de qué puede servir alguien que lleva dedicado mucho tiempo a filosofar sin inquietar a nadie . No es de extrañar el afecto filosófico que sentía Nietzsche por los cínicos, a propósito de esta opinión y los rasgos propios que los caracterizaban: autosuficientes y anticonvencionales.
Otro de los reproches que, en el contexto adecuado, Diógenes no perdía ocasión de hacerle a Platón era a propósito de sus viajes a la corte del tirano Dionisio en Sicilia, entendiendo el cínico que Platón buscaba parasitar a Dionisio con la disculpa de pretender influir en su gobierno según las ideas políticas del autor de la República. Así, cierto día que se encontraban en un gran banquete, Diógenes vio a Platón coger aceitunas de un plato y le preguntó si él, que había atravesado el mar para ir hasta Sicilia en busca de mesas bien provistas, no aprovechaba ahora que las tenía delante de él. Platón le contestó que por supuesto que sí, que tanto allí como aquí comía aceitunas y comidas parecidas . Entonces Diógenes le replicó qué necesidad tenía en tal caso de navegar a Siracusa, habiendo aceitunas en el Ática. Platón había estado en tres ocasiones en Siracusa , en la corte, primero, de Dionisio el Viejo y después de Dionisio el Joven, su hijo, para atraerlos a la filosofía.
Y para terminar finalmente este conjunto de anécdotas podría seguir la siguiente, en la que Platón y Diógenes hacen gala de sus peculiares conductas. Parece que Platón le devolvió a Diógenes su crítica de parásito de Dionisio a la inversa, como cuando viendo a Diógenes lavando lechugas le dijo que si hubiera cultivado a Dionisio no tendría que lavar lechugas. Diógenes le contestó que si Platón hubiera lavado lechugas no habría tenido que hacerle la corte a Dionisio .
miércoles, 5 de enero de 2011
Regalos
Quisiera dejar constancia de mi dificultad para hacer regalos. No por avaricia, pues no me parece que no sea generoso, sino porque intento “poner” demasiado en el regalo. Me refiero a que abrigo más o menos conscientemente la pretensión de hacer el regalo perfecto. Y así nada es lo suficientemente bueno para regalar.
También me ocurre que imagino el regalo que quiero hacer, joya u otra cosa, y cuando lo busco es lo más fácil que no lo encuentre. Con tales inconvenientes me resulta un enorme esfuerzo intentar hacerle un regalo a alguien.
Es una de esas facetas en las que uno debería luchar contra sí mismo, siempre que encuentre la manera de cómo hacerlo. Tal vez en este caso el modo de superar la dificultad de regalar sería aceptando el fracaso, como parte integrante de cualquier deseo en la vida. “Lo que importa es la intención”, se dice. Y es cierto. Lo mejor de regalar es querer hacerlo y tener a quien hacerlo. Lo demás, que guste o no el regalo, es un azar inevitable.
También me ocurre que imagino el regalo que quiero hacer, joya u otra cosa, y cuando lo busco es lo más fácil que no lo encuentre. Con tales inconvenientes me resulta un enorme esfuerzo intentar hacerle un regalo a alguien.
Es una de esas facetas en las que uno debería luchar contra sí mismo, siempre que encuentre la manera de cómo hacerlo. Tal vez en este caso el modo de superar la dificultad de regalar sería aceptando el fracaso, como parte integrante de cualquier deseo en la vida. “Lo que importa es la intención”, se dice. Y es cierto. Lo mejor de regalar es querer hacerlo y tener a quien hacerlo. Lo demás, que guste o no el regalo, es un azar inevitable.
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