Hay en la radio y la televisión programas para “hablar bien”. En ellos se recuerdan normas gramaticales mal empleadas ocasionalmente, se comentan expresiones o giros mal aplicados, se denuncian sustantivos o adjetivos lanzados al estrellato léxico, etc. Ejemplo reciente de esto último podría ser un adjetivo que está teniendo una fulminante carrera en los medios de comunicación: las cosas, los hechos, ya no son feos, malos o difíciles, sino “complicados”. Parece que se trata de un uso que pretende atenuar –no sé por qué- una gravedad. Porque decir de un barrio arrasado por un movimiento de tierras que está en una situación “complicada”, como he oído en la televisión, me parece de burla dada la gravedad del asunto.
Sin embargo, aún a riesgo de parecer contradictorio, una vez que se aprecia un hecho de este tipo, una vez que somos conscientes de nuevos usos y desusos de palabras, giros y formas gramaticales, ¿por qué habríamos de insistir en el viejo uso frente al nuevo? Podría indicarse todo lo más la innovación frente a lo que había, pero deberíamos rendirnos ante la evidencia de que no se puede detener el cambio en la lengua, como no se puede detener la corriente de un río. A fin de cuentas hablamos una lengua que es el resultado de hablar mal otra durante dos mil años.
Disiento pues del objetivo de dichos programas. Disiento del concepto único de hablar bien, disiento de uniformar lengua y habla, según los conceptos saussurianos. Para mí, como para otros, hablar bien es emplear en cada contexto de interlocución el registro de habla adecuado. De la misma manera que sería ridículo que yo, en la barra de un bar, con parroquianos comentando un partido, dijera con seriedad: “el defensa izquierdo contrario tiene una habilidad inquietante para imprimir duros golpes a las extremidades de nuestros delanteros” –imagínense las miradas furtivas y el inmediato cachondeo-, también sería inapropiado escuchar en mi clase universitaria: “Jo, tío, el diccionario de Corominas mola mogollón” –como ocurrió realmente. Cuando le comenté a la alumna en cuestión algo parecido a lo que vengo comentando, se mostró muy ofendida. Sus compañeras me censuraron duramente con la mirada y una de ellas me advirtió que era la que más leía de todas. Lo cual podía ser cierto, pero el problema consistía en que ella, como muchas otras personas, no distinguen los contextos para distinguir los registros de habla y eso sí que es “hablar mal”. En una facultad universitaria esto no se puede pasar por alto si se hace inconscientemente, y si se hace conscientemente se asume una pobreza innecesaria y limitadora, lo que tampoco es adecuado precisamente en el ámbito donde se muestran la riqueza y las infinitas posibilidades de la expresión lingüística.
Creo que lo maravilloso del lenguaje consiste precisamente en poder utilizar todos los variados registros del habla, modificando el vocabulario y la gramática para adaptarse a los diferentes contextos de interlocución y comunicarse con la mayor expresividad. No debería predicarse pues la bondad o superioridad de un registro sobre otros, sino mostrar la distinción de las diferentes situaciones de comunicación y enseñar a distinguir y a disponer de los registros de habla adecuados.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario