He tenido una dura experiencia en mi vida: un divorcio. Y como si se tratara de una inesperada línea divisoria, algunos amigos han dejado de llamarme, otros se hacen los despistados para no saludarme y algunos incluso, aunque me miren, no parecen verme. Recuerdo también ahora con simpatía a una pareja con la que me encontré un par de veces en aquellos momentos, que al despedirse decían muy expresivamente: “Llámanos”, como si el problema lo estuvieran sufriendo ellos y no yo.
Se me puede decir que no serían amigos, que serían simplemente conocidos, que serían amigos por interés, que la verdadera amistad etc., etc., etc. Pienso que de un modo u otro sí eran amigos. Algunos, personas con las que me vi casi semanalmente durante años. Otros, personas con las que viajé, que estuvieron en mi casa y en cuya casa estuve, con quienes comí y cené muchas veces durante mucho tiempo. Para qué seguir. Todos tenemos amigos en muy variada gradación de amistad y cronológica. Puesto a suponer, suponía unas veces que no debía haber sido yo por quien más afecto sentían dentro de la pareja. O que quizá, en otros casos, no resultaba ya de interés fuera de esa pareja. Me ocupó algún tiempo esa cuestión.
Pues al principio me sorprendió, me sentía mal, me indignaba en cada ocasión en que tenía lugar alguno de esos olvidos. Ahora, después ya de cierto tiempo, ha dejado de afectarme. En todo caso y fuera por lo que fuera, a todos estos quisiera expresarles, junto con mi adiós, mi agradecimiento. Les agradezco los buenos momentos que he pasado durante tantos años en su compañía. Son momentos inolvidables y quedan para siempre grabados en mi memoria.
Otros amigos han seguido llamándome, continúan saludándome o me preguntan asiduamente qué tal me va. Unos y otros han tenido sus razones para reaccionar como lo han hecho respecto a mí. Pero sí querría decirles a estos que continúan siendo mis amigos que su amistad y afecto es una de las cosas buenas de mi vida: gracias también y que todos disfrutemos mucho tiempo de nuestra amistad.
Finalmente quisiera decir algo a mis amigos futuros, a quienes ya pongo nombre y cara en algunos casos: espero ilusionado esa amistad y prometo hacer todo lo posible para dar tanto o más de lo que yo pueda recibir.
lunes, 21 de junio de 2010
jueves, 17 de junio de 2010
El subgénero de las presentaciones
Siempre que puedo acudo a conferencias o presentaciones de libros en las que el autor habla de su obra. Pero no piensen que acudo a cualquiera. Escojo cuidadosamente según el presentador o presentadores del conferenciante. Cuantos más mejor. A veces hay que intuir cuántos pueden acudir a presentar, pues ello se omite -¿por qué será?- en la publicidad del evento.
Me encanta que diserten largamente sobre la personalidad del autor y el carácter de sus obras, somos tan ignorantes. En ocasiones el público es afortunado y se encuentra frente a una mesa donde aparecen, por ejemplo, un jefe de algo, un subjefe y un director de cosa junto al conferenciante, que, como debe ser, se sienta en una esquina del estrado.
En cierta ocasión memorable un presentador habló durante tres cuartos de hora sobre el conferenciante, que, cosa rara, mostraba signos de impaciencia en lugar de estar agradecido. A mí me pareció estupendo, casi me dieron ganas de abandonar el acto, pues ya podía intuir o dar por sabido todo lo que el conferenciante podría decirme.
Pero cuando más disfruto, cuando el subgénero de la presentación alcanza su clímax, es cuando al presentador lo presenta alguien, e incluso otro alguien a ese alguien, ¿pueden ustedes creerlo? Y qué decir del final del acto, cuando el presentador ayuda generosamente a dar la palabra a los asistentes e incluso comenta con su particular ingenio las preguntas y respuestas en el coloquio. Todo ello estimula y produce gran placer, y si no fuera por los conferenciantes acudiría mucho más a las conferencias.
Me encanta que diserten largamente sobre la personalidad del autor y el carácter de sus obras, somos tan ignorantes. En ocasiones el público es afortunado y se encuentra frente a una mesa donde aparecen, por ejemplo, un jefe de algo, un subjefe y un director de cosa junto al conferenciante, que, como debe ser, se sienta en una esquina del estrado.
En cierta ocasión memorable un presentador habló durante tres cuartos de hora sobre el conferenciante, que, cosa rara, mostraba signos de impaciencia en lugar de estar agradecido. A mí me pareció estupendo, casi me dieron ganas de abandonar el acto, pues ya podía intuir o dar por sabido todo lo que el conferenciante podría decirme.
Pero cuando más disfruto, cuando el subgénero de la presentación alcanza su clímax, es cuando al presentador lo presenta alguien, e incluso otro alguien a ese alguien, ¿pueden ustedes creerlo? Y qué decir del final del acto, cuando el presentador ayuda generosamente a dar la palabra a los asistentes e incluso comenta con su particular ingenio las preguntas y respuestas en el coloquio. Todo ello estimula y produce gran placer, y si no fuera por los conferenciantes acudiría mucho más a las conferencias.
martes, 8 de junio de 2010
El cínico "House"
Parece que ha salido un libro señalando diversas influencias filosóficas en los guiones de la serie televisiva del médico "House". Y por lo que he podido leer se han olvidado de lo que ha saltado a la vista desde los primeros capítulos: el carácter cínico del personaje, según el modelo del viejo cinismo griego de época helenística.
Desprecio a las convenciones sociales en el vestir, la apariencia y el trato, desprecio a los usos y costumbres culturales, desprecio a la religión y sus prácticas. Inclinación a seguir las exigencias naturales en los asuntos amorosos, con desvergüenza y sin idealismo. Empirismo: atención a la observación de los demás sin atender a los alegatos ajenos. Desprecio por la adulación y la fama.
House se comporta de modo natural a la vista de todos, ladrando, comiendo y dejándose llevar por el sexo como si fuera un perro. Parece que ése fue el sentido originario del cinismo: el filósofo "cínico" era "perruno", esto es, vivía como un perro a la vista de todos, sin importarle las convenciones impuestas. Creo que en ello reside el atractivo del personaje, que ama y cuida a los demás a su modo, dejándose llevar exclusivamente por su saber y desafiando las costumbres y tabúes en que se ha envuelto nuestra común y auténtica naturaleza.
Desprecio a las convenciones sociales en el vestir, la apariencia y el trato, desprecio a los usos y costumbres culturales, desprecio a la religión y sus prácticas. Inclinación a seguir las exigencias naturales en los asuntos amorosos, con desvergüenza y sin idealismo. Empirismo: atención a la observación de los demás sin atender a los alegatos ajenos. Desprecio por la adulación y la fama.
House se comporta de modo natural a la vista de todos, ladrando, comiendo y dejándose llevar por el sexo como si fuera un perro. Parece que ése fue el sentido originario del cinismo: el filósofo "cínico" era "perruno", esto es, vivía como un perro a la vista de todos, sin importarle las convenciones impuestas. Creo que en ello reside el atractivo del personaje, que ama y cuida a los demás a su modo, dejándose llevar exclusivamente por su saber y desafiando las costumbres y tabúes en que se ha envuelto nuestra común y auténtica naturaleza.
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